lunes, 6 de octubre de 2014

ALMA TADEMA. HISTORIA DE DOS CUADROS: EL HALLAZGO DE MOISES Y EL ENCUENTRO DE MARCO ANTONIO Y CLEOPATRA. El valor de una obra de arte.

Si sois seguidores de este blog, seguro que ya sabréis que Lawrence Alma Tadema es un pintor que admiro y que he reivindicado en algunos artículos. He hablado de sus primeros pasos en la pintura y  de su etapa en Inglaterra ya como pintor consagrado, o de su inspiración en la escultura grecorromana, además de utilizar algunos de sus cuadros para juegos o ilustraciones. Hoy quiero dedicarle un artículo a dos cuadros que han sido noticia en el último año y que han puesto en valor la obra de este artista. En concreto son: El Encuentro de Antonio y Cleopatra: año 41 a. C. (1883) y El hallazgo de Moisés (1904). Nunca mejor dicho lo de valor, puesto que ambos han sido subastados recientemente en Sotheby´s (mayo de 2011 y noviembre de 2010, respectivamente) alcanzando una cotización mareante. En los dos casos el precio de salida fueron de 3 a 5 millones de dólares y después de una puja muy competida se pagó por el primero 29,2 millones y por el segundo¡35,9 millones de dólares! Un record en subasta para una pintura del siglo XIX no impresionista.

El Encuentro de Antonio y Cleopatra: año 41 a. C. (1883) y El hallazgo de Moisés (1904).

La historia de El hallazgo de Moisés, 1904. El valor de un cuadro.

El precio monetario de una obra es un índice del valor de la misma, aunque como siempre digo algo vale lo que estés dispuesto a pagar por ello y este cuadro es buen  ejemplo de la valoración histórica que ha tenido este artista y de lo relativo que es el valor de una obra.

El hallazgo de Moisés, que ya hemos dicho fue vendido en noviembre de 2010 por 35,9 millones de dólares, fue encargado por John Aird en 1904 y pagó por él  5.250 libras, algo más de lo habitual porque se empeñó en que la modelo de la hija del faraón fuera su propia hija. No le costó más caro porque entre Tadema y él existía una amistad y, en cierta manera, porque él también contribuyó a la creación del cuadro. Aird era ingeniero y en 1902 terminó de construir su obra más importante, la primera presa de Assuam. Con motivo de la inauguración invitó a su amigo Alma-Tadema a Egipto. De este viaje salió la idea del cuadro y, por supuesto, la luz desbordante y el ambiente recreado. John Aird era un amante de la pintura inglesa del XIX, que ya poseía por esas fechas otro cuadro muy significativo de TademaLas Rosas de Heliogábalo, y una buena colección de cuadros de pintores tan reconocidos y cotizados a comienzos de siglo XX como LeightonPoynterDicksee y Waterhouse.  Apenas treinta años después (1935), sus descendientes no apreciaban la obra y la mal vendieron a Christie´s por sólo 820 libras.

Alma Tadema. Las rosas de Heliogábalo, 1888. Un cuadro que necesariamente hay que poner en relación con los dos analizados.

Durante muchos años se perdió la pista del cuadro y corre una leyenda de que un estudioso lo encontró tirado en un callejón, porque había sido adquirido por alguien que sólo quería el marco y que se deshizo del óleo de esa manera. El caso es que en la década de los 60 volvió a estar en el mercado y que fue adquirido a precio de ganga, 7000 dólares,  por Allan Funt, productor de televisión y otro coleccionista de Tadema que llegó a tener hasta 32 obras de este pintor. En 1973 un Funt, arruinado y desesperado, puso a la venta toda su colección y obtuvo por El Hallazgo 50.000 dólares. A partir de entonces, empezó a subir en los mercados la consideración y la cotización de la pintura del XIX. En 1995 fue revendido en Christi´s por 2.750.000 dólares, el precio más alto pagado hasta ese momento por una pintura de esta época, lo que ha sido pulverizado 15 años más tarde en Sotheby´s por los 35.922.500 dólares, más de siete veces de la estimación de partida de la subasta, que se pagaron por el mismo cuadro. ¿Hay alguna lógica para que este cuadro no valiera nada entre los años 20 a los 60 y  que medio siglo después cueste una fortuna?

Pero ya está bien de hablar de dinero y hablemos de arte.

El hallazgo de Moisés. Análisis de la obra.

El hallazgo de Moisés es sin duda una de las obras maestras de Alma-Tadema, realizada entre 1902 y 1904, fecha ésta que podemos considerar el momento cumbre de su carrera. El reconocimiento del pintor en Gran Bretaña era incuestionable, el mismo rey Eduardo VII, que había visitado su taller, le otorgó ese año la prestigiosa  Orden del Mérito junto a Holman Hunt y a G. F. Watts. También expuso con gran éxito en Estados Unidos.

Alma-Tadema. El hallazgo de Moisés, 1904. Óleo sobre lienzo, 137,7 x 213,4 cm.

El lienzo cuenta un tema narrado en la Biblia, aunque en este caso con muchas licencias pictóricas del pintor. Según el Exodo, 2:6 la hija del faraón encuentra a un niño entre los juncos de la orilla del Nilo. Ese niño era Moisés, hijo de una familia judía que lo abandonó allí para evitar la muerte ordenada de todos los varones recién nacidos de este pueblo. La hija del faraón decidió, contraviniendo la norma adoptarlo como su hijo. Pero..., qué tenemos en el cuadro, que la hija del faraón exhibe al niño y convierte el descubrimiento en una procesión religiosa, donde recrear una escenografía teatral muy a su gusto. Este es finalmente su atractivo, la fascinación por una escena bella y colorista. Si la obra nos resulta familiar es porque esta imagen impregnó el universo icónico de algunos directores de las superproducciones de Hollywood de tema egipcio, en concreto me recuerda a momentos de Los Diez Mandamientos de Cecil B. DeMille.

La actriz Anne Baxter. Escenas de la película "Los diez mandamientos" de Cecil B. DeMille (1956).

La interpretación fantasiosa que hace del hecho se compensa con detalles arqueológicos y de ambientación que hacen muy creíble la escena y parece que asistimos  a una escena de la princesa entrando en los jardines de su palacio..
  • Los pies de la escultura o el jarrón que enmarcan la composición tienen la inscripción jeroglífica en cartucho de Ramses II, lo que identifica el momento histórico. 
  • La hija del faraón es llevada en una litera, tal como se representaba a los dioses conducidos en procesión por los sacerotes en la pintura egipcia. 
  • El escabel bajo sus pies está adornado con imágenes de enemigos vencidos, como es habitual en el mobiliario real. 
  • Las vestimentas y los objetos y adornos son adecuados. 
  • Los lotos que cuelgan de la canastilla y las flores azules (delfinios) y frutas (higos) están inspirados en la vegetación del Nilo. 
La escena se desarrolla al aire libre en una mañana entre luminosa al fondo y brumosa en primer plano junto al río.  En la otra orilla una multitud se afana acarreando jarrones que llenan con el agua del río. Un templo y las pirámides de Gizeh terminan por ubicarnos la escena en Menfis.

Rasgo muy típico de la obra de Tadema es la yuxtaposición que hace de la belleza femenina. En muchos de sus cuadros busca contraponer una modelo pelirroja y otra morena, que en este caso portan al niño. Los servidores masculinos son de tez oscura, lo que contrasta con la piel blanca de las mujeres, respetando el simbolismo del color utilizado en la representación de los sexos en el Antiguo Egipto. También es muy típico del pintor el recrearse en la calidad de la materia pétrea: en los cuadros con temas romanos o griegos impresionan sus mármoles, pero en esta ocasión, para adaptarse a la realidad arqueológica, se recrea en el granito de colores y la caliza.

El Encuentro de Antonio y Cleopatra: año 41 a. C., 1883.
Entre 1883 y 1888 Alma-Tadema centró su atención en grandes lienzos que pudieran venderse a precios elevados. Se estaba construyendo una casa en uno de los mejores barrios de Londres y los trabajos estaban resultando bastante caros. Para la mayoría de estas obras eligió temas históricos y El Encuentro de Antonio y Cleopatra es tal vez el mejor de ellos.

Encuentro de Antonio y Cleopatra: año 41 a. C., 1883. Óleo sobre tabla, 65,5 x 92,3 cm.

Representa uno de los momentos más icónicos de la historia romano-egipcia, el primer encuentro de Antonio y Cleopatra en el puerto de Tarso, Cilicia. Para ello no recurre a los textos clásicos y sí como hacían los prerrafaelistas a la descripción literaria que hace Enobarbo, oficial que acompaña a Antonio, del encuentro en la obra Antonio y Cleopatra de Shakespeare. La reina de Egipto seduce al triunviro romano por medio de una escenografía muy sensual. En el relato se dice que la popa del barco era como el oro y esa es la sensación que da con los cortinajes dorados; también que de la barcaza de Cleopatra provenía un perfume embriagador y esto se sugiere al espectador a través de los incensarios que soplan los sirvientes y de las guirnaldas de rosas.

La escena está repleta de detalles arqueológicos veraces, de hecho, se sabe la procedencia de donde sacó algunos de ellos por fotografías y bocetos que se conservan del archivo del pintor:
  • Las armas, las armaduras y los trirremes romanos son una de las más acertadas reconstrucciones del material y los usos militares de finales de la República.
  • En costado del barco hay un cartucho donde está inscrito el nombre jeroglífico de la reina Cleopatra.
  • Los instrumentos musicales, la flauta y el sistro (especie de sonajero) que portan las esclavas, son representados en numerosos convites funerarios de las tumbas tebanas;
  • Los adornos de las criadas con pluma de avestruz y lapislázuli.
  • Los incensarios, brazaletes y  pelucas de los sirvientes provienen de los tesoros del Louvre obtenidas en excavaciones del Egipto romano;
  • El trono de marfil tiene como detalle a unos babuinos que sostiene el popular amuleto o wedjet de Horus que protege contra el mal.
  • Cleopatra viste con gasas y una piel de leopardo y porta unos finísimos báculos y mayales, símbolos del poder de los faraones de Egipto, así como una diadema con el Ureus en forma de Cobra que simboliza su poder en el Bajo Egipto.
Alma-Tadema elige para representar un momento sutil del encuentro de los que serán famosos amantes. Antonio todavía no conoce a Cleopatra, pero ha oído hablar de ella y desprecia el poder magnético que ha causado en otros romanos. La ha convocado a Tarso para que se presente ante él como aliada tributaria de Roma y porque necesita su ayuda tras la guerra civil que ha sacudido a Roma. Cleopatra, que considera esto indigno para ella y para su reino, acude a regañadientes porque necesita a los romanos para estabilizar su trono pero pone como condición no desembarcar, considerando que estando en su nave, la entrevista se desarrollaría en tierra de Egipto. Por el camino Cleopatra urde un plan para servirse del arrogante romano. Antonio navega hasta la barcaza del encuentro y según se acerca va quedando más impresionado por el lujo de la barcaza, tal es así, que  se levanta para mirar con asombro y curiosidad a la reina que apenas se deja ver en el interior del baldaquino.

La reina mira de reojo al espectador para hacernos cómplices de este juego de seducción y adopta una pose de lánguida y voluptuosa. Algunos detalles del cubículo son un guiño acerca de lo que pretende. El más explícito es el bordado de la cortina con  motivos de tela de araña, una metáfora de lo que pretende Cleopatra: atrapar a Antonio. También los hay más intelectuales como el detalle de la cabeza/capitel que sostiene la estructura, que es del dios Bes, dios de la música y protector de la casa real, pero a su vez asimilado en la Baja Época egipcia con el amor sexual y los placeres libertinos. La seducción está conseguida y Antonio caerá en su tela de araña, marchando con ella a Alejandría donde llevará una vida escandalosa de placeres.

Además de por las calidades técnicas evidentes, este cuadro me sorprende y agrada sobremanera por el interesante juego compositivo que realiza entre primeros, segundos y terceros planos, perspectiva y luz. Utiliza las líneas para guiarnos a través de la escena, dejando que cada detalle nos guíe al siguiente nivel y otra vez volvamos para atrás. Los sirvientes, que son los personajes más cercanos, están inclinados hacia Cleopatra, que recoge sinuosamente el foco de atención del primer plano. La mirada de su sirvienta nubia nos guía con ayuda de la falúa romana hacia el lado opuesto, donde rebota nuestra vista contra el muro de remos. Las diagonales de la trirreme nos introducen de nuevo en la ventana interior del cuadro donde Antonio y su acompañante son los protagonistas del segundo plano. Espero que con la línea que he trazado sobre el cuadro se entienda. La luz y las gamas de colores también sirven para entrar y salir o acercarnos y alejarnos en el cuadro, consiguiendo un efecto muy cinematográfico.

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